sábado, 13 de febrero de 2016

Veltar, la fortaleza olvidada [Archivo secreto]

Otrora se trataba de una fortaleza bien pertrechada, situada estratégicamente en los picos del monte Gerbal para proteger Antran de las tropas que se adentraban desde el mar. A pesar de su localización, a los pies de la fortaleza, dentro de las murallas, se construyeron algunas casas pequeñas para que los soldados que defendieran la fortaleza pudieran vivir cómodamente, resguardados del eterno frío que azotaba sus muros. Veltar aguantó en pie durante más de un siglo, viendo pasar varias generaciones de soldados e innumerables comandantes que rigieran la fortaleza. Aguantó decenas ataques y, pese a su situacion geográfica, la vida en su interior era cómoda y agradable. Al menos, hasta el día de su caída.

Era de noche y el faro se hallaba apagado. Los centinelas de las torres de vigilancia sospechaban que algo estaba pasando, pero, cuando se dieron cuenta, tenían al enemigo encima. El plan fue distraer a los guardias con una amenaza inexistente para desviar su atención hacia algo que jamás pasaría y tener vía libre para el asedio. La batalla duró hasta el amanecer, cuando el último soldado atacante cayó abatido bajo el acero del comandante. Consiguieron repeler el ataque, pero la fortaleza quedó en unas condiciones deplorables. Las casas habían sido arrasadas, partes de las murallas se habían desplomado, dos torres de la fortaleza fueron derribadas mientras gran parte de esta había sido arrasada por las llamas.

Los costes para la reconstrucción de la fortaleza eran demasiado altos para costearlos durante los preparativos previos a la guerra contra Arstacia, y la decisión del emperador fue mantener las ruinas en su estado y habilitarlas para que cumpliera la función de una cárcel mientras se hacía creer a la población que había sido abandonada. Por esa razón se la conoce como "la fortaleza olvidada". Aunque, desde entonces, Veltar se trate de una prisión para forajidos, asesinos, traidores y toda clase de escoria que no tiene cabida en los calabozos convencionales.

Los últimos informes apuntan a que se ha formado una sociedad entre los presos, donde uno de ellos ha tomado el poder e impone sus propias normas sin que nadie se atreva a contradecirle por temor a ser duramente sancionado. La muerte ahí se considera una muestra de compasión. Quien entra ahí, no tiene la certeza de que algún día salga sobre sus propios pies. Los guardias vigilan desde el exterior de las murallas para asegurarse de que nadie escapa de esa prisión, contemplando cómo los presos se matan entre ellos.